lunes, 20 de octubre de 2008

PARAISOS CERCANOS

Este fin de semana, he descubierto un nuevo paraíso personal. He descubierto el placer de correr por un bosque, al lado de un río, rodeado de niebla, humedad y frío, todo ello en completa soledad.
Mi plan de entrenamiento me indicada que el sábado y el domingo tenía que hacer treinta y cinco minutos de carrera rápida, el primero y treinta minutos de trote el segundo de ellos. Como M.J., los fines de semana tiene entrenamiento de hípica a las diez de la mañana, y aprovechando que éste viernes Alejandra, nuestra hija, dormía en casa de los tíos, decidí hacer mi rodaje por los alrededores del centro hípico en el que entrena M.J..
Este centro hípico, se encuentra a unos catorce kilómetros de mi ciudad, y está rodeado de un paisaje verde, plagado de bosques, y lo que es más importante, de una serie de rutas que, preparadas hace años por la Confederación Hidrográfica del Norte de España, conforman una tupida red de circuitos, muy utilizados los fines de semana por jinetes a lomos de sus caballos, ciclistas y naturalmente, corredores o runners.
Pues bien, ahí me encontraba yo el sábado a las nueve y media de la mañana, en un amanecer fresco, rodeado de niebla, dispuesto a comenzar mi rodaje. Y ha sido en ese preciso instante, en el de comenzar a rodar, en el que me he encontrado casi de bruces con mi paraíso.
Parafraseando al escritor uruguayo Marciano Durán, he pasado entre árboles, he serpenteado por caminos de tierra, he trepado por cuestas empedradas, he cruzado puentes de madera, he pisado hojas secas, he saltado charcos, he pisado barro, he escuchado música al ritmo de mis piernas, he sentido los latidos de mi corazón, he oído mi propia respiración, he mirado hacia adelante, he olido el viento que cruzó entre robles y castaños. Me he sentido bien, solo conmigo mismo. He disfrutado de mi soledad y de mi esfuerzo.
Al final, en los dos días, los treinta o treinta y cinco minutos inicialmente programados, se han convertido en casi cincuenta minutos cada día, en casi nueve kilómetros, disfrutados, sufridos y placenteramente alcanzados.
Hoy lunes, me ha tocado salir, pero esta vez lo he hecho por la ciudad, por asfalto y acera. He cumplido el programa previsto para hoy, pero en mi cabeza me he ido deleitando con el recuerdo del camino a la orilla del río.
Resulta evidente, o al menos a mi me los parece que, necesitamos muy poco para disfrutar de la vida. Yo sólo necesito mis zapatillas, mi propio sudor y mi propio esfuerzo y mi ruta a orillas del río. Y la tarde de domingo, tumbado en el sofá, abrazando a mi hija, viendo una película juntos, dormitando, leyendo en el sofá o escuchando música. El mejor complemento para alcanzar el pleno disfrute de mi vida.
Por lo demás, sigo con mi plan de entrenamiento. Cada día me siento mejor, mi cuerpo se va adaptando y tolerando mejor la carga de kilómetros y de tiempo empleado en la carrera.
Cada día los pequeños avances que experimento, por pequeños que estos sean, los voy notando mentalmente y físicamente los voy agradeciendo. Mañana, otros cuarenta y cinco minutos de carrera continua y pasado descanso.
Cada vez queda menos tiempo para volver a disfrutar de mi paraíso cercano.

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