lunes, 18 de octubre de 2010

CORRER, VIVIR



Una semana mas ha pasado. Los entrenamientos han ido bien. He cumplido el plan previsto para el fin de semana, con sendas salidas una el sábado y otra el domingo, totalizando en total cuatro días de entreno y cuarenta kilómetros más a la espalda. Este fin de semana, como todos, las salidas han sido por la mañana, a primera hora. Sobre las 9,30 ya me encontraba enfrentando la larga recta de la avenida que conforma en el inicio del circuito. El tiempo ha estado revuelto, pero por suerte no me ha llovido en ninguno de los dos días. Eso sí, las temperaturas han bajado y eso, para mi, es bueno. Mi rendimiento es mejor con el frio. En todo caso, las sensaciones en estos dos entrenamientos de fin de semana han sido un poco extrañas. Al inicio frio en el ambiente. Neblina. Luego, cuando el día se ha despejado definitivamente y el sol lucía la temperatura ha ido subiendo, generando una especie de bochorno creo que derivado del alto porcentaje de humedad.
He corrido por calles mojadas. He corrido esquivando los charcos. He sudado. He sudado mucho Pero eso es lo que busco. Sudar significa esfuerzo y de verdad que me he esforzado, eso si, gustosamente.
De vez en cuando, mirada de reojo al pulsometro que llevaba en mi muñeca izquierda. Todo iba bien. La pulsaciones dentro del rango previsto. En la mano derecha la bola de papel que he formado con cuatro, si exactamente cuatro pañuelos de papel para secarme esa molesta gota de sudor que va directa a mis ojos y que suelo pasar por mi frente con cierta regularidad.
Pero en el fondo, no necesito el pulsometro para saber que voy bien. Siento que voy bien. Que voy con el ritmo justo. Includo hay momentos en los que siento que podrían ser eternos. Que deberían de ser eternos, pero no lo son. Son momentos en los que siento que podría correr sin límite, sin final.
Pero no es posible. Gracias a Dios no es posible.
He alcanzo el final del recorrido. Incremento de la velocidad para hacer un sprint durante los últimos metros. Ya esta. Se acabó. Camino mientras poco a poco bajan las pulsaciones. Me estiro. Disfruto de los estiramientos.
La mañana es luminosa, radiante, alegre. Me siento bien.
Han sido otros diez kilómetros y he bajado tiempo. Ayer domingo paré el crono en 57 minutos y 12 segundos. Casi tres minutos en una semana. No está mal.
Pero eso, ahora no es importante. Lo trascendente es mejorar en cada entreno cogiendo fondo y forma. Ese fondo y esa forma tan difícil de adquirir y tan fácil de perder. Lo importante es evitar lesiones, cuidar mi cuerpo. Cada día un poco mas fuerte, un poco más capaz.
Capaz de sufrir y capaz para entender y aceptar el sacrificio que supone mortificar el cuerpo con cada metro, con cada kilómetro recorrido.
Capacidad para recuperar su estado normal cuando finaliza el entrenamiento. Capacidad para disfrutar a tope de la ducha caliente, dejando resbalar durante minutos el agua por tu cuerpo. Capacidad para disfrutar del placer de sentarte y estirarte luego en el sofá, con la satisfacción de haber cumplido el plan previsto. Capacidad para descansar, dormitar dejando transcurrir la tarde gris y lluviosa del domingo.
En definitiva, capaz de hacer algo tan simple como correr, como vivir....tan simple, pero tan complejo.

1 comentario:

Nombre dijo...

Esas sensaciones son las que compensan los días malos de "paradas imprevistas". Te animan a salir de nuevo para volver a sentirlas.