domingo, 11 de enero de 2009

LA MODA DE LA SOLIDARIDAD

Mañana reiniciaré la rutina de los entrenamientos tras más de quince dias de parón, sino absoluto, bastante acentuado. La verdad es que ese reinicio me proporciona una sensación dual. Por un lado, tengo ya ganas de poner a funcionar el cuentakilometros e ir marcando en el mismo las primeras distancias recorridas en este nuevo año. Por otro, tengo una cierta sensación de preocupación sobre el como va a responder mi cuerpo ante el ejercicio tras estos días de vacación.
En cualquier caso, mañana es el día elegido para retomar los entrenamientos y lo haré en la confianza de obtener la solidaridad de todos aquellos que se hayan encontrado inmersos en una situación similar.
Solidaridad, que palabra tan hermosa pero tantas veces tan desvalorizada. A la hora de escribir esta líneas, recuerdo una experiencia vivida hace poco. Hace unos días, fui testigo por pura casualidad de una conversación que me hizo reflexionar. No es que me considere un cotilla o un malsano curioso, pero fueron las circunstancias que rodearon la misma, fundamentalmente el reducido espacio en el que nos encontrábamos tanto los dos protagonistas de la misma como un servidor, las que motivaron el que fuera testigo de la integridad de la misma.
Los dos interlocutores eran una pareja, chico y chica, cuyas edades no sobrepasarían en exceso los treinta años. Deduje por determinados retazos de la conversación, que ambos eran poseedores de una formación universitaria así como una posición social acomodada.
El contenido de la conversación versaba sobre las experiencias que como cooperantes en organizaciones no gubernamentales ambos jóvenes habían experimentado el verano pasado, la una en Etiopía y el otro en el Congo. Pues bien, lo que más me llamó la atención del tenor de la referida conversación, fue la especie de competición que entre ambos interlocutores se había establecido y cuyo objetivo era manifestar quien había tenido la experiencia personal más impactante en el desarrollo de esas actividades solidarias. Estos eran los términos en los que se desarrollaba la conversación, conversación que iba generando en mí un sentimiento encontrado. Por un lado, no dejaba de admirarme como dos personas jóvenes podían acumular unas experiencias tan intensas y tan interesantes, según el relato que ambos iban desgranando y por otro me molestaba el afán competitivo que entre ambos se había establecido y cuyo objeto era el demostrarse mutuamente y quizás también a mí, como oidor accidental de la conversación, cual de los dos tenía un mayor nivel de compromiso y solidaridad hacia los demás. Así transcurría la conversación, que en algunos instantes llegaba a ser un poco empalagosa, cuando por parte de la protagonista femenina se relató como su madre, al parecer colaboradora de alto rango de la organización para la cual la misma había prestado sus servicios como cooperante, cada año realizaba un viaje, por supuesto que a cuenta y cargo de la organización, y viaje que con la excusa de inspeccionar los distintos proyectos solidarios de la entidad, le permitían practicar y cito palabras textuales, el "turismo solidario" de la señora en cuestión. Viajes cuyo mayor logro, al parecer, eran los centenares de fotografías que la dama, gran aficionada a la fotografía, obtenía en los mismos.
La verdad es que dicha manifestación hizo que surgiera en mi la reflexión sobre lo que, para determinadas personas puede significar el desarrollo de estas actividades, digamos que solidarias. Por un lado, parece ser que suponen la posibilidad de realizar viajes a lejanos e ignotos lugares, viajes que de otra forma sería impensable o imposible que pudieran realizar. Y por otro, vienen a constituir una especie de lavado de conciencia que al parecer necesitan realizar.
Tengo que señalar que no soy contrario al desarrollo de estas actividades en favor de aquellas personas, comunidades o países que lo necesitan. Antes al contrario. Yo mismo colaboro con varías organizaciones y soy un firme partidario de la movilización de la sociedad civil en la exigencia a los Gobiernos de los Estados económicamente mas desarrollados de una implicación en la superación de los graves problemas que azotan a gran parte de la humanidad. Pero lo que si creo es que, dichas actividades, por parte de las personas que colaboran en las mismas han de realizarse con la más absoluta discreción en cuanto a los sentimientos y con la más absoluta implicación y desenvolvimiento en los mismos.
Por otro lado, creo que en nuestro entorno más cercano, en nuestro propio país, en nuestra propia Comunidad o ciudad, se dan multitud de situaciones que deberían de movilizarnos con el mismo grado de implicación y compromiso que, en ocasiones se da en favor de circunstancias concurrentes en lejanos países. Todos tenemos a nuestro alrededor un sinfín de circunstancias que merecerían nuestra atención, personas en riesgo de exclusión social, discapacitados, personas sometidas al yugo de la droga, mujeres maltratadas, niños abandonados, ancianos, etc, que de forma evidente también requerirían la participación y movilización sociales en favor de los mismos o en la exigencia de su protección por parte de las instituciones públicas.
Y lo cierto es que para acceder a ellos, no hace falta organizar grandes viajes, ni ponernos el uniforme de explorador. Simplemente hace falta la voluntad y decisión de colaborar, de participar, de dedicar un poco de nuestro tiempo a los demás. Claro está que en estos supuestos dicha actividad no será lo suficientemente vistosa como para que, en la tarde de un domingo, al calor de un buen café, podamos presumir ante los allegados de lo lejos que nos hemos ido a ser solidarios.
Lo que en definitiva quiero decir es que en el entorno de la llamada Solidaridad Organizada, existen personas nobles y abnegadas que de una forma absolutamente anónima dedican su vida, su esfuerzo e incluso su propio patrimonio en beneficio de los demás, tanto de los más cercanos como de los más lejanos. Pero también es cierto que junto a ellos también están aquellos para los que la solidaridad no es más que una moda, una aventura con la que impresionar a los demás o un dato más que añadir a su curriculum que, con toda seguridad algún día presentarán ante una de esas transnacionales responsables de esa misería y humillación que se dan en muchos lugares del mundo.
Eso si, en cualquier caso siempre tendrán la impresión de haber intentado lavar su conciencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

La "solidaridad" es ya un objeto de consumo más.

Gracias por tu post, me hizo recordar cierta historia que decía algo sobre lo que hacía la mano izquierda mientras... ya no me acuerdo qué hacía la derecha ¿recuerdas?

Eduardo